TRES PREJUICIOS. Carlos Sabino.
El Diario de Caracas. 16 de junio de 1990
Hay tres nociones
básicas, heredadas del pasado, que la mayoría de nuestros dirigentes asumen
todavía con el empecinamiento con que se defienden los prejuicios. Durante años
fueron consideradas como verdades irrebatibles y fuera de discusión. Ahora,
cuando las circunstancias han cambiado, se han convertido en un lastre que
dificulta la transición hacia una economía más libre y más abierta.
La primera de esas nociones es la que llamaremos el prejuicio Keynesiano. Hablamos de
prejuicio porque no se trata, en este caso, de aplicar las teorías económicas
del famoso economista inglés -como se hizo durante años en USA o en Europa-
sino de justificar una versión mucho más esquemática y simplista, la cual puede
resumirse con el siguiente axioma: "El motor fundamental del crecimiento
económico de un país está constituido por el gasto público". Esta
concepción, estatizante y casi socialista, termina así presentando una versión
deformada del escenario económico mientras se proyecta una caricatura de
keynesianismo según la cual la empresa privada es simplemente un mero accesorio
de la acción estatal.
El segundo prejuicio, aún más arraigado que el
anterior, es el que Llamaremos keynesianismo
social. De acuerdo al mismo se supone que la única forma de combatir la
pobreza y el desempleo es a través de la acción dadivosa del Estado: éste es el
encargado de transferir, a los que menos tienen una buena parte del producto
que genera la sociedad: Por eso se ha creado en el país una compleja red de
subsidios, becas, ayudas y programas destinados al mejoramiento social. De
acuerdo a esta manera de pensar el ciudadano resulta una especie de menor de
edad, incapaz de valerse por sí mismo y de mejorar por sus propios méritos su
calidad de vida. El resultado ya lo conocemos los pobres siguen siendo pobres y
reciben poco o nada de la ayuda que se les promete, pero en cambio sobrevive
frondosa la burocracia que supuestamente los protege.
El tercer prejuicio al que nos
referimos afirma que el Estado, debe
tener siempre, por razones de todo tipo, un definido papel rector en la
economía. Se trata de una derivación de la doctrina del "nacionalismo
económico", en boga hace un cuarto de siglo, y que muy pocos buenos resultados
ha proporcionado a quienes la aplicaron. Gracias a este enfoque se ha ampliado
enormemente el sector público de la economía, creando un gran número de
empresas estatales poco eficientes y erizando de improductivos controles todo
lo que se pretende hacer en el país; la corrupción ha crecido vorazmente, en
tanto que la prometida privatización marcha a paso de tortuga, limitada y
bloqueada casi por completo. Estos tres prejuicios afloran a cada paso en las
conversaciones privadas y en las entrevistas a la prensa, en las declaraciones
de los miembros de la oposición pero también entre los funcionarios del
gobierno. Eso es lo preocupante. Porque de nada sirve hablar de un Gran Viraje
o de un nuevo País si, en el fondo, se sigue trabajando con los esquemas
mentales de siempre.
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