EL TRABAJO DE CALIDAD. Pedro Rodriguez.

 

 Una de las sensaciones más desagradables por la impotencia que encierra, es la de percibir un deterioro constante en todas las dimensiones de la vida cotidiana. El deterioro se extiende por todas partes a un ritmo creciente y hace cada vez más difícil afincar las condiciones para un futuro mejor.
  
   Lo más triste del caso es que en general no estamos en capacidad de establecer el vínculo causal entre muchos de los problemas que nos aquejan con la mala calidad con que se hace el trabajo. Desde la reparación de una avería en el vehículo, un trabajo de plomería doméstica, hasta la planificación y ejecución de programas y obras de carácter colectivo.

“No identificamos - dice Luis Ugalde S.J - ciertas cualidades costosas e incluso antipáticas que tiene el trabajo bien realizado, como pueden ser la puntualidad estricta, la precisión minuciosa. La constancia en las rutinas, la continuidad, la superación permanente para realizar cada día mejor y de manera más cualificada lo que se está haciendo, la responsabilidad como respuesta a quienes poseen la confianza en nuestra profesionalidad y la producción de los bienes que necesitamos familiar y nacionalmente.”

La solución al problema del deterioro en el campo de la productividad laboral se ha analizado con detenimiento y aun cuando la respuesta varía de acuerdo con el modelo aplicado en la búsqueda de respuestas, permanece como elemento común la relevancia de dar un alto valor al trabajo bien hecho, bajo las especificaciones requeridas y con un claro sentido de satisfacer al cliente, como el factor vital para que este se traduzca en un producto de calidad.

La carencia de este valor, tan ligado a los bajos niveles de autoestima que padecemos, es como un cáncer que va minando las entrañas del país. Al principio, y por la abundancia de recursos, no se notaba tanto, ni siquiera dolía, pero poco a poco sus efectos se hicieron sentir con inusitada fuerza.

Este efecto corrosivo es de consecuencias devastadoras ya que nos lleva al desarraigo, a no sentirnos parte entrañable y vital de nuestro país, ciudad, pueblo, casa, comunidad vecina y familia. Nos deterioramos como personas y perdemos la unidad de intenciones que ofrece la coherencia social.

Una cultura del trabajo de calidad - sostiene Ugalde - es aquella que logra crear hábitos virtuosos, una especie de segunda naturaleza que lleva a que espontáneamente uno rechace la mediocridad, la impuntualidad, el engaño a quienes debemos servir con nuestro trabajo. Las virtudes que la adornan deben ser parte de los hábitos creados a lo largo de los años en la persona, la sociedad o en determinada empresa.

El recurso humano tiene en la superación a través del trabajo una de las sendas más expeditas para el crecimiento y el bienestar individual y colectivo, una vez superada la visión de su carga como un castigo divino o resuelto el dilema de la alienación del trabajo físico e intelectual.

La realidad nos muestra que nadie ha logrado avanzar en el camino hacia el progreso a través de la inacción o esperando que los frutos de la abundancia caigan de la dimensión desconocida. Si no se cuenta para ello con una herencia milenaria de valoración como la que tienen algunos pueblos, no queda más camino que sistematizar la intención, una de nuestra ventajas competitivas es la de haber contado con una corriente migratoria que ayudo mucho a fortalecer los hábitos del esfuerzo y la constancia.

Debemos reorientar nuestros valores para el trabajo en todos los niveles del ámbito productivo como el mejor antídoto contra un pesimismo, que si bien partió de hechos reales, se ha transformado en una conducta que es freno evidente para el espíritu emprendedor.

El sorpresivo y frustrante empobrecimiento colectivo que hemos sufrido en los últimos años no puede ser barrera que nos impida dar ese importante paso, ya que la experiencia del deterioro no es más que una experiencia de muerte, del deceso de las ilusiones.
Lo que necesitamos es la sistematización global pública, corrigiendo las graves desviaciones que ha desarrollado un estado sin dolientes y, en los últimos quinquenios, en manos de saqueadores. 

Mucho pueden aportar las especificas culturas empresariales que de manera inequívoca inculcan la valoración del trabajo; mas por la explicitación de las causalidades entre el trabajo bien realizado y sus frutos que por la simple predica moralista, desautorizada y burlada constantemente en la empresa y la sociedad, cada vez que se ofrecen otros caminos distintos al trabajo para el ascenso, el éxito personal y social.


Es un compromiso que debemos asumir con toda propiedad. Es la única manera de poner freno al desbarajuste. A que el país se nos caiga a pedazos. No podemos, en ese sentido argumentar que nuestra ineficiencia para el logro de un desempeño optimo nos incapacite a llevar a cabo la tarea más grande que tenemos por delante, como es la de construirnos una nueva oportunidad.

Comentarios

Entradas populares