Discurso pronunciado por Anna Quindlen en la Clase de Graduados del año 1999 en Villanova
Fuente: http://www.alecoxenford.com/2006/07/anna-quindlen-y-el-mendigo.html
Es un gran honor para mí ser el
tercer miembro de mi familia en recibir un doctorado honorario de esta gran
Universidad. Es un honor seguir los pasos de mi tío abuelo Jim, un talentoso
doctor, y de mi tío Jack, un extraordinario hombre de negocios.
Ambos te
podrían contar algo importante acerca de sus profesiones, acerca de la medicina
o el comercio. Yo no tengo ningún campo específico de interés o práctica, lo
cual me pone en desventaja al hablarles hoy a ustedes. Soy novelista. Mi
trabajo comprende la naturaleza humana. Todo lo que sé es acerca de la vida
real.
La vida y el trabajo jamás deben
ser confundidos. El segundo es solamente una parte de la primera. Jamás olvides
lo que le escribió un amigo al Senador Paul Tsongas cuando éste decidió no
presentarse para la reelección debido a que le habían diagnosticado cáncer:
"Ningún hombre jamás dijo en su lecho de muerte: 'Ojalá hubiera pasado más
tiempo en la oficina.'"
Jamás olvides las palabras que me
envió mi padre en una tarjeta postal el año pasado: "Aunque ganes la
carrera de las ratas (la competencia), sigues siendo una rata." O lo que
escribió John Lennon antes de morir baleado en Dakota: "La vida es lo que
sucede mientras uno está haciendo otros planes."
Tú saldrás de aquí esta tarde con
una sola cosa que nadie más tiene. Allí afuera habrá centenares de personas con
el mismo título que tú; habrá miles haciendo lo que tú quisieras hacer para
ganarte el sostén. Pero tú serás la única persona en la vida que tenga la custodia
total de tu vida.
Tu vida en particular. Tu vida
entera. No sólo tu vida en el escritorio, o tu vida en el omnibus, o en un
auto, o en la computadora. No sólo la vida de tu mente, sino la vida de tu
corazón. No sólo tu cuenta bancaria, sino tu alma.
La gente ya no habla mucho acerca
del alma. Es tanto más fácil redactar un informe que dar vida a un espíritu.
Pero un informe es un consuelo frío en una noche de invierno, o cuando estás
triste, o quebrantado, o solo, o cuando recibes los resultados de un examen y
no son gran cosa.
Este es mi informe. Soy la buena
madre de tres hijos. Nunca he querido que mi profesión me impida ser una buena
madre. Ya no me considero el centro del universo. Participo. Escucho. Trato de
sonreír.
Soy buena amiga de mi marido. He
intentado que mi matrimonio tenga sentido. Participo. Escucho. Trato de
sonreír.
Soy buena amiga de mis amigos, y
ellos lo son conmigo. Sin ellos, no habría nada que yo pudiera decirles hoy,
porque yo sería una figura de cartón. Pero yo los llamó por teléfono, y me
reúno con ellos para almorzar. Participo. Escucho. Trato de sonreír.
Sería pésima, o al menos mediocre,
en mi trabajo, si aquellas cosas no fueran ciertas. Es imposible ser excelente
en tu trabajo si tu trabajo es todo lo que eres.
De modo que esto es lo que quiero
decirte: construye una vida. Una vida real, no una búsqueda maníaca de la
próxima promoción, de un mejor salario, una casa más grande. ¿Crees que estas
cosas te significarían tanto si un día tuvieras un aneurisma, o te detectaran un
nódulo en el seno?
Construye una vida en la que
observes el olor del agua salada tras una brisa sobre las colinas de la costa,
una vida en la que puedas detenerte y observar el vuelo de un halcón de plumaje
rojizo sobre el agua o la manera en que un bebé frunce el entrecejo al
concentrarse para levantar una argolla con su pulgar y su dedo índice.
Construye una vida en la que no
estés solo. Encuentra a las personas a quienes amas y que te aman a tí. Y
recuerda que el amor no es ocio, es trabajo. Cada vez que mires tu diploma,
recuerda que aún eres estudiante, aún estás aprendiendo a atesorar de la mejor
manera posible tu relación con los demás. Toma el teléfono. Envía un e-mail.
Escribe una carta. Dale un beso a tu madre. Abraza a tu padre.
Construye una vida generosa. Mira
a tu alrededor las azaleas del vecindario donde te criaste; observa una luna
llena suspendida como plata en un cielo oscuro en una noche fría. Y comprende
que la vida es lo mejor que se puede tener y no debes restarle importancia.
Ama tan profundamente sus bondades
que quieras difundirla por todas partes. Toma el dinero que gastarías en beber
cerveza y dónalo a obras de caridad. Trabaja en un comedor comunitario. Sé
hermano mayor para una persona necesitada. Todos ustedes quieren tener éxito.
Pero si además de eso no hacen el bien, entonces lograr el éxito no será
suficiente.
Es tan fácil malgastar nuestras
vidas: los días, las horas, los minutos.
Es tan fácil dar por hecho el
color de las azaleas, el lustre de la piedra caliza en la Quinta Avenida, el
color de los ojos de nuestros hijos, la manera en que la melodía de una
sinfonía asciende, desciende y desaparece y asciende nuevamente. Es tan fácil
existir en lugar de vivir.
Yo aprendí a vivir hace muchos
años. Algo realmente malo me sucedió, algo que cambió mi vida de una manera
que, si hubiera podido elegir, jamás hubiera cambiado en lo más mínimo. Y lo
que aprendí de ello fue algo que parece ser la lección más difícil de todas:
aprendí a amar el viaje, no el destino. Aprendí a observar todo lo bueno en el
mundo y a intentar devolverle algo porque creo en él total y absolutamente. Y
en parte traté de hacer eso contándoles lo que yo aprendí. Contándoles esto:
Mira los lirios del campo. Observa
la pelusa en la oreja de un bebé. Lee en el jardín de tu casa con el sol en tu
rostro. Aprende a ser feliz. Y piensa en la vida como una enfermedad terminal
porque si lo haces, la vivirás con gozo y pasión, como debe ser vivida.
Tú puedes aprender todas estas
cosas allí afuera si logras una vida real, una vida plena; una vida
profesional, sí, pero además otra vida, una vida de amor y de sonrisas y un
vínculo con otros seres humanos. Sólo mantén abiertos tus ojos y tus oídos.
Aquí pudieron aprender en el aula. Allí el aula está en todas partes. El examen
llega al final.
Ningún hombre jamás ha dicho en su
lecho de muerte: "Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina."
Conocí a uno de mis mejores
maestros en la playa de Coney Island hace unos 15 años. Era diciembre y yo
estaba escribiendo un cuento sobre cómo sobreviven los desamparados durante los
meses de invierno. Nos sentamos sobre los barandales de madera, balanceando las
piernas a un costado, y él me habló de su rutina, mendigando a lo largo de la
playa cuando ya se retiraron los turistas, durmiendo en alguna iglesia cuando
la temperatura bajaba a cero grados, ocultándose de la policía.
Pero me dijo que la mayor parte
del tiempo se quedaba en la playa, mirando en dirección al agua, tal como lo
estábamos haciendo en aquel momento, aun cuando hacía frío y tenía que usar
como prendas de vestir los diarios después de haberlos leído.
Y le pregunté por qué. ¿Por qué no
se iba a alguno de los albergues? ¿Por qué no se internaba en el hospital para
intoxicados?
El sólo miró hacia el océano y
dijo, "Mira el paisaje, jovencita. Mira el paisaje."
Y cada día, en alguna forma, trato
de hacer lo que este hombre me dijo. Trato de mirar el paisaje.
Y esta es la última cosa que tengo
para decirles hoy, palabras de sabiduría de un hombre que no tiene siquiera un
peso en el bolsillo, ningún lado adonde ir, ningún lugar donde estar.
Mira el paisaje. Nunca te sentirás
defraudado.
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