COMO DEBEMOS PENSAR.

      

OLEGARIO DIEZ Y RIEGA            Diario FRONTERA    29-9-1990     P/5B


   Cualquiera de los grandes descubrimientos de las ciencias, cualquiera de las grandes ideas de la filosofía o cualquiera de las grandes obras de arte han podido ser realizadas por usted o por mí, a condición de que seamos capaces de interesarnos y de prepararnos para lograrlo. Pero ¿cómo debemos interesarnos y cómo debemos prepararnos?
    Diariamente, las personas enuncian temas e ideas, sin reflexionar acerca de las verdades elementales ni fijarse en la riqueza de pensamiento que encierra lo que dicen cuando hablan. Las personas piensan constantemente, aunque muchas no se detienen a examinar lo que piensan o cómo piensan. Si comparamos al hombre "que piensa" con el que "no piensa", vemos que la diferencia entre uno y otro consiste en que el que piensa, tiene pensamientos y se fija en ellos, y el otro los tiene y no se fija en ellos.
    Las personas solamente hablan de lo que les interesa, y se interesan por aquello que aman, o que odian, o que les molesta, por lo tanto, por su propio interés deben, también, aprender a pensar.
    Para pensar bien hay que empezar por fijarse en las cosas, y para fijarse, hay que concentrarse, y para concentrarse, hay que cerrar la puerta a muchas otras cosas y poner atención solamente a una a la vez.
Nuestra mente es como un espejo, en la cual se refleja el mundo. Las imágenes en nuestra mente, para que lleguen a ser conocimiento, deben ser fieles al mundo y permitir que podamos describirlo, reconocerlo ordenarlo y explicarlo con estas imágenes. Un espejo refleja nuestra imagen, la de otra persona o la de otra cosa, un espejo refleja muchas imágenes. Pero por el mero hecho de reflejar, no piensa. La reflexión en nuestra mente puede llegar a ser como la del espejo, solo reflejos y no conocimiento.
    Para que nuestra mente convierta en conocimiento las imágenes reflejadas en ella, es necesario que por medio de la voluntad se fije o se concentre en una determinada imagen. La voluntad permite concentrar nuestra inteligencia en un punto de la realidad, y si no queremos fijar la atención, la inteligencia no se fijara en nada.
   Pero esta misma voluntad que nos permite concentrarnos, esta nos expone al peligro de errores en el pensamiento. Por ejemplo, ya que por el mismo hecho de fijarnos en algo no depende tanto de la inteligencia como de la voluntad, de nuestro querer, entonces podemos querer fijarnos en otra cosa y no en lo que debemos atender. Este sería un primer error debido a la voluntad. En segundo lugar, si queremos una cosa no con el amor a la verdad y al conocimiento, sino por su bondad, o sea, la relación de utilidad, de beneficio de perfeccionamiento que pueda tener con respecto a nosotros, entonces también estaremos inclinados al error de no ver lo que no queremos ver pero que también está allí. De esta manera, podemos fijarnos en cosas que no tienen la importancia que creemos que tiene, podemos ver casos que no existen y dejar de ver cosas que si existen.
   Si lo que amamos no deja espacio para el amor a la verdad, entonces no seremos amantes sino fanáticos. El que no ama la verdad con la misma intensidad con que ama otras cosas, puede llegar a creer solo lo que desea y quiere creer. Entonces vera cosas que no existen. Al fanático que no tiene cabida para la verdad, se le rechaza. A diferencia del espejo, debemos nuestra capacidad de pensar al espíritu. Lo que piensa no es ni nuestros nervios ni nuestro cerebro. Hemos aprendido que nuestro espíritu no está separado nunca de nuestro cuerpo, mientras estamos vivos, y hemos aprendido, además, que el pensar, supone la existencia de sensaciones a cuya producción contribuye esencialmente el cuerpo.
   Se ha comprobado que a cada sensación corresponde un lugar en el cerebro y se ha llegado a creer que para cada acción corresponde una región en el cerebro. Pero se observó que en personas que habían sufrido un accidente y habían perdido o sufrido la destrucción de alguna región del cerebro, las funciones allí localizadas no se perdían y eran asumidas por otras partes del cerebro. Por ejemplo seguían oyendo a pesar de haber perdido la porción del cerebro relacionada con las percepciones acústicas. Estos hechos llevaron a los científicos a reformular la hipótesis, y hoy día se cree que si bien el cerebro tiene centros en los que están localizadas las funciones, sin embargo, el cerebro funciona como una unidad total y es capaz de sustituir, en otra parte del cerebro, una función perdida.
   Sabemos que en los seres vivos existen órganos que nunca descansan. Por ejemplo, el corazón que trabaja desde que nacemos hasta que morimos. Estos órganos tienen la capacidad de regenerar y renovar continuamente sus tejidos. El tejido nervioso, por el contrario, es el mismo desde el nacimiento hasta la muerte y sufre un continuo desgaste que lo debilita con el tiempo. Por esta razón se creyó que el cerebro no se recuperaba y descansaba mediante el sueño. Pero con el tiempo se llegó a la conclusión que el sueño no podía ser solo una función de recuperación ya que, sin estar cansados, también dormimos. El sueño sirve como voz de alarma del cerebro, para advertir cuando está cansado y así, evita trabajar cuando está agotado, y comenzar a gastarse y deteriorarse anticipadamente. El sueño también ayuda a recuperarse al resto del cuerpo, a la vez, que evita que las células cerebrales lleguen a cansarse. Para poder pensar bien, debemos estar descansados.
   Muchos estudiantes tienen la mala práctica de estudiar hasta el agotamiento, antes de un examen, en lugar de estudiar regularmente, un poco cada día, estos estudiantes, que pretenden aprenderse toda la asignatura el día anterior del examen, sufren de grandes dificultades en sus estudios.
   El gran pensador es aquel que hace que sus afirmaciones estén en perfecto acuerdo con las relaciones de su naturaleza. A veces no es así y nuestra imagen del mundo exterior se falsea o tiene grandes lagunas. Por esto no hay preocupación mejor, si queremos pensar bien, que la de la verdad y exactitud de nuestros juicios y razonamientos. Pero hay ocasiones en que en los objetos de nuestro estudio existen razones a las que no deberíamos atender, si estamos enamorados de la verdad, y sin embargo las atendemos. Estas razones son razones del corazón.
    Pensar bien requiere maduración y tiempo. Nacer antes de tiempo da como resultado un aborto, un ser precoz y no formado completamente, un ser inmaduro con poca probabilidad de sobrevivir. Sin embargo, existe el ensayo como proceso y como método de acercamiento valido y progresivo a la verdad. El pensamiento apresurado, la teoría y la practica apresurada, la decisión no meditada, pueden dar resultados incompletos e incongruentes que no son los esperados, pero porque la teoría o la practica fallen sino porque no se les dio el tiempo necesario para madurar.
   Lo que la humanidad ha acumulado durante siglos, de pensar y reflexionar, y la madurez de conocimiento que ha adquirido a través del tiempo, no se puede adquirir en una abrir y cerrar de ojos en un instante. Como sus herederos partimos de este conocimiento, con el deber de dejar a los descendientes un legado con incremento tanto en calidad como en cantidad. Al hombre que conjuga la verdad con el amor a las demás cosas, al hombre que sabe pensar y que nos hace sentir que ha nacido para lo grande, frente a él, nos inclinamos con el orgullo de sentirnos sus semejantes.

    Resumiendo: para que podamos lograr cualquiera de los grandes descubrimientos de las ciencias o desarrollar cualquiera de las grandes ideas o hacer cualquiera de las grandes obras de arte, debemos aprender a pensar, a pensar bien. Lo primero es amar  la verdad y eliminar el fanatismo; nunca reflexionar cuando se está agotado, dormir y alimentarse bien, llevar una vida ordenada y sana; aprender a concentrarse, evitar las distracciones externas e internas, y así, reflejar con fidelidad en nuestra mente el mundo exterior; darle el tiempo suficiente a nuestra mente para aprender, para considerar las cosas y para madurar. Con amor a la verdad, con método, con disciplina podemos hacer que nuestros semejantes sientan orgullo de ser humanos.

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