Las edades de la Tierra y del Sol. Por omalaled
Durante algún
tiempo en el que no se conocía la radiactividad ni energía nuclear, se pensaba
que las estrellas generaban su calor a base de contracción gravitatoria. Si
comprimimos un gas (por ejemplo, al hinchar una rueda de bicicleta), generamos
calor. Pues bien, se pensaba que la contracción del Sol debida a su propia
gravedad era la que generaba el calor que recibimos.
La cuestión era, a este ritmo de radiación solar, ¿cuál sería la contracción? Pues muy pequeña. En 6000 años de la historia del hombre, el Sol se habría contraído unos 900 km en un diámetro de 1.390.000 km, que representa un 0,06%. Si esta contracción se produjo desde el principio, al mismo ritmo de emisión de energía que tiene actualmente, en 18 millones de años el Sol incluiría la órbita de la Tierra, con lo que ya se podía dar una cota superior a la edad de la misma.
Este cálculo fue hecho por el inatacable físico Victoriano Lord Kelvin y por Herman von Helmholtz en 1853. Existía, sin embargo, un pequeño problema: en 1785 el geólogo escocés James Hutton había sugerido el “principio de uniformidad”, en el cual se afirmaba que los cambios geológicos que se producen hoy día se venían produciendo desde siempre y al mismo ritmo. Los científicos de la época no le prestaron mucha atención, pero Charles Lyell, entre 1830 y 1833 respaldó con pruebas adicionales las hipótesis de Hutton. Esto databa la historia de la Tierra en, al menos, cientos de millones de años. Ahora llegan Kelvin y Helmholtz y dicen que, como máximo, son 18 millones de años. Increíble para los geólogos de la época. Además, también chocaba con las teorías de Darwin, con los tiempos necesarios para la vida y la evolución.
¿Cómo era posible que existieran esos registros geológicos anteriores a 18 millones de años si ni siquiera la Tierra existía como tal?. Esta pregunta atormentó a Charles Darwin durante las últimas décadas de su vida.
Puesto que el Sol es una estrella, su energía no viene de su contracción, sino de la energía nuclear (existen “estrellas” que en realidad no son tales, que sí obtienen la energía de su contracción que se llaman enanas marrones, pero esa es otra historia). El Sol es un auténtica explosión nuclear continua. El descubrimiento de la radiactividad por Antoine Henri Becquerel y del núcleo atómico por parte de Lord Rutherford, junto a la nueva ecuación de Einstein que relaciona masa con energía dan cuenta fácilmente de la fuente de energía necesaria para cifrar la edad del Sol en miles de millones de años, como más adelante demostró Rutherford.
En 1904, este último fue invitado a dar una conferencia sobre las nuevas revelaciones ante una distinguida audiencia entre la que se encontraba el formidable Lord Kelvin que contaba entonces con ochenta años. Rutherford tenía mucho respeto por Kelvin. Su presencia le provocaba cierta inquietud. Según sus propias palabras, manejó aquella delicada situación de la siguiente manera:
Para mi alivio, Kelvin se quedó dormido, pero cuando llegué al punto importante vi incorporarse al viejo zorro, abrir un ojo y echarme una mirada siniestra. Entonces tuve una súbita inspiración y dije:
- Lord Kelvin había puesto un límite a la edad de la Tierra, siempre que no se descubriera ninguna nueva fuente de calor. Esa profética observación alude a lo que estamos considerando esta noche, el radio.
El viejo me sonrió.
Todavía dos años más tarde, Kelvin expresó dudas acerca de que la radiactividad pudiera realmente explicar la energía extra. Otro gran físico, Lord Rayleigh, invitó a Kelvin a aceptar una apuesta de cinco chelines a que antes que hubieran pasado seis meses declararía que Rutherford estaba en lo cierto. Antes de ese tiempo, Kelvin reconoció su pérdida, la confesó en público ante la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia y pagó sus cinco chelines.
Fuentes:
“El Universo”, Isaac Asimov
“Eurekas y Euforias”, Walter Gratzer.
La cuestión era, a este ritmo de radiación solar, ¿cuál sería la contracción? Pues muy pequeña. En 6000 años de la historia del hombre, el Sol se habría contraído unos 900 km en un diámetro de 1.390.000 km, que representa un 0,06%. Si esta contracción se produjo desde el principio, al mismo ritmo de emisión de energía que tiene actualmente, en 18 millones de años el Sol incluiría la órbita de la Tierra, con lo que ya se podía dar una cota superior a la edad de la misma.
Este cálculo fue hecho por el inatacable físico Victoriano Lord Kelvin y por Herman von Helmholtz en 1853. Existía, sin embargo, un pequeño problema: en 1785 el geólogo escocés James Hutton había sugerido el “principio de uniformidad”, en el cual se afirmaba que los cambios geológicos que se producen hoy día se venían produciendo desde siempre y al mismo ritmo. Los científicos de la época no le prestaron mucha atención, pero Charles Lyell, entre 1830 y 1833 respaldó con pruebas adicionales las hipótesis de Hutton. Esto databa la historia de la Tierra en, al menos, cientos de millones de años. Ahora llegan Kelvin y Helmholtz y dicen que, como máximo, son 18 millones de años. Increíble para los geólogos de la época. Además, también chocaba con las teorías de Darwin, con los tiempos necesarios para la vida y la evolución.
¿Cómo era posible que existieran esos registros geológicos anteriores a 18 millones de años si ni siquiera la Tierra existía como tal?. Esta pregunta atormentó a Charles Darwin durante las últimas décadas de su vida.
Puesto que el Sol es una estrella, su energía no viene de su contracción, sino de la energía nuclear (existen “estrellas” que en realidad no son tales, que sí obtienen la energía de su contracción que se llaman enanas marrones, pero esa es otra historia). El Sol es un auténtica explosión nuclear continua. El descubrimiento de la radiactividad por Antoine Henri Becquerel y del núcleo atómico por parte de Lord Rutherford, junto a la nueva ecuación de Einstein que relaciona masa con energía dan cuenta fácilmente de la fuente de energía necesaria para cifrar la edad del Sol en miles de millones de años, como más adelante demostró Rutherford.
En 1904, este último fue invitado a dar una conferencia sobre las nuevas revelaciones ante una distinguida audiencia entre la que se encontraba el formidable Lord Kelvin que contaba entonces con ochenta años. Rutherford tenía mucho respeto por Kelvin. Su presencia le provocaba cierta inquietud. Según sus propias palabras, manejó aquella delicada situación de la siguiente manera:
Para mi alivio, Kelvin se quedó dormido, pero cuando llegué al punto importante vi incorporarse al viejo zorro, abrir un ojo y echarme una mirada siniestra. Entonces tuve una súbita inspiración y dije:
- Lord Kelvin había puesto un límite a la edad de la Tierra, siempre que no se descubriera ninguna nueva fuente de calor. Esa profética observación alude a lo que estamos considerando esta noche, el radio.
El viejo me sonrió.
Todavía dos años más tarde, Kelvin expresó dudas acerca de que la radiactividad pudiera realmente explicar la energía extra. Otro gran físico, Lord Rayleigh, invitó a Kelvin a aceptar una apuesta de cinco chelines a que antes que hubieran pasado seis meses declararía que Rutherford estaba en lo cierto. Antes de ese tiempo, Kelvin reconoció su pérdida, la confesó en público ante la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia y pagó sus cinco chelines.
Fuentes:
“El Universo”, Isaac Asimov
“Eurekas y Euforias”, Walter Gratzer.
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