DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO. Juan Liscano. El Nacional. 1988

Sería importante renovar la definición del subdesarrollo, pues ese término disgusta a los países que se definen, según sus gobiernos y tecnócratas, como "en vías de desarrollo". El matiz quiere ser consolador. No se está en el último peldaño sino unos cuantos más arriba. América Latina está siempre "en vía de desarrollo". En Brasil, por ejemplo, el país latinoamericano con mayor vocación de potencia en toda la peor acepción de esta palabra que ha llevado a dos guerras mundiales y ha desatado el totalitarismo como sistema para alcanzar esa hegemonía, se exportan fósforos, manufacturas de cuero, vehículos y se aspira también a ser el primer productor de armas del continente no anglosajón y el primer país latinoamericano que fabrica misiles nucleares.
La clase dirigente brasileña, obviamente, se guía por las orientaciones imperiales decimonónicas combinadas con tecnologías modernas aplicadas en las fábricas. Esos objetivos de poder se desarrollan dentro del marco del mayor subdesarrollo social, la miseria marginal de las favelas, la sobrepoblación sin recursos, los mitos de la industria cultural masiva (cantantes, actores, travestis).
                En general, toda América Latina ofrece ese cuadro contradictorio de miseria, marginalidad, explosión demográfica en las capas poblacionales de menores recursos, y retórica oficial de grandeza, lucha por el desarrollo y logros sensacionales. De allí el divorcio entre lo que los gobiernos pregonan y fingen representar y la miseria de las mayorías mestizas y mulatas. Si el socialismo aparece como solución para elites izquierdizantes, los sectores plutocráticos pregonan la libertad de mercado y de privatización. Lo cierto es que el desarrollo no existe en América Latina; que sus gobiernos de cualquier signo se muestran incapaces, salvo en la demagogia de pregonar sus logros; que los grupos empresariales prefieren entenderse con esos gobiernos que tomar riesgos y que las guerrillas con la mentalidad del Comintern y la manera de actuar de las bandas rurales armadas del siglo pasado (secuestros, asesinatos, crueldad, barbarie) pueden crear el retorno al caos que impreco Bolívar en su postrero mensaje al Congreso de Colombia, poco antes de morir.
                Lo peor en este cuadro es el disimulo tan bien develado por José Ignacio Cabrujas en la encuesta sobre el Estado de la revista Estado y Reforma. En verdad la América Latina -y así la han visto en más de una película o una novela, cineastas y escritores- tiene un alto coeficiente de histrionismo político y efectismo más teatrero que teatral. Los ejemplos sobran y el hecho de que contengan a veces elementos dramáticos con subyacencias de autenticidad primaria o de idealismo superior, no los exime de esa persistencia histriónica, de esa vocación teatrera, de la voluntad constante en su diversidad, de disimular la realidad del subdesarrollo contradiciendo sin cesar el maquillaje del presunto desarrollo.
                El subdesarrollo no es la pobreza sino la distribución desigual de la riqueza, esos abismos entre los marginales de México, Caracas, Bogotá, Lima, Río, San Paulo, y los millonarios que pueden gastar en una boda, como acaba de suceder en Venezuela, cinco millones de bolívares. El subdesarrollo tiene muchas mascaras como en la novela de Eduardo Liendo, Mascaradas. Los mendigos y locos que cruzamos todos los días en las calles, cuya proyección serian esas caras de señoras riquísimas que ya no pueden sonreír por lo prensada de la piel en las intervenciones quirúrgicas; los cerros con sus ranchos, sus aguas negras, su promiscuidad, sus pandillas de malandros cobrando peaje y la fina nube de polvo de excrementos resecados por el sol y diseminados por el viento sobre el valle, sobre el Country Club y La Florida, El Cafetal y Altamira, sobre los majestuosos centros clínicos de los que nunca será paciente alguno de aquellos defecantes; los avisos de defunción que llenan páginas y páginas de los diarios, en una persistencia identificación, propia de la Venezuela atrasada, mientras otros venezolanos anónimos mueren de mengua. El subdesarrollo, en síntesis es una estructura aberrante, social y psicológica, política y gubernamental, que por igual afecta al pobre como al rico en su comportamiento base. El analfabeta del campo o del cerro corresponde el alfabetizado por la TV y el Miamierismo, el delincuente marginal se mira en los marginales multimillonarios, es decir, esos desconocidos de ayer que ahora tienen yate y comen langostas traídas directamente, en su avioneta, desde los roques. Y sobre ese teatro abigarrado de pillería, oratoria bolivariana, moralidad decorativa, grandes frases y escasos pensamientos, inauntenticidad, histrionismo y feroz egoísmo, se abre y se cierra el telón donde están pintados con estilo y uniformes académicos, los padres de la patria, ayer militares principalmente, hoy congresantes que regularmente se suben el sueldo.


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