AUGE Y CAÍDA DEL BOLÍVAR. Raúl S. Esteves.
Si los antepasados
del bolívar revivieran y se encontraran de frente con la situación actual,
seguro que sufrirían una decepción y, prestos volverían a desaparecer. Entre
esos ancestros, quizá la macuquina, sea
la más remota denominación que se dio a la moneda nacional, y se dice que tal
termino proviene de mahcuc, expresión
de origen árabe transformada por el americanismo coloquial en macaquina, macoquina, macaca, macuca...
con los que se designó también en Venezuela, donde esa moneda vino importada
por las autoridades del Nuevo Reino de Granada cuando hubo restricciones para
traer dinero de España. Se ha dicho que su origen estuvo en México y se
caracterizaba porque era acuñada en plata, y tenía un corte que mutilaba su
borde. Fue retirada de circulación, por primera vez en 1774.
Los
bandazos de la macuquina.
El investigador y autor de numerosa producción literaria,
Eduardo Arcila Farías, realizo extensa labor de averiguación documental para
establecer la trayectoria de nuestra moneda y logro datos de gran valor
histórico, especialmente en cuanto se refiere a los bandazos que dio la famosa
macuquina, la cual podía ser cortada fácilmente y por ello ocasionaba daños al
comercio. Una de las veces en que se ordenó recoger aquella moneda fue en 1786,
cuando la sustituyeron por la moneda
provincial destinada a circular en las jurisdicciones de Caracas y de las
islas de Barlovento. No obstante ello, la macuquina continuo vigente y dos años
después nuevamente se procedió a recoger la plata de esa moneda “menuda de
reales de plata y medios reales, o reales de vellon que no son de
cordoncillo...”.
Años después, en plena guerra de independencia,
renació de sus cenizas la controvertida numisma y en el aciago año de 1813,
Bolívar aprobó su acuñación en cobre y en plata. Posteriormente se hizo el
cambio de pesos fuertes por macuquinos que fueron denominados pesetas. La accidentada
circulación de esas monedas continuo, signada por los altibajos de los
acontecimientos políticos y correspondió nada menos que al sanguinario Boves
darles lo que en aquel entonces se creyó que había sido su golpe de gracia. El
famoso y temido jefe español ordeno que fueran recogidas todas las macuquinas
acuñadas por los patriotas, bajo pena de muerte para quienes las retuvieran.
Pero no desaparecieron totalmente, pues hay datos ciertos de que todavía en
1817 circulaban; un año antes el general Pablo Morillo había ordenado el
establecimiento de la Casa de la Moneda donde fueron acuñados 10 mil 390 pesos
en cobre y plata. Hubo falsificaciones de macuquinas y surgieron las llamadas columnarias, pesetas y tostones de
plata, junto con unidades valoradas en cuatro reales.
El lío macuquinico picó y se extendió hasta 1818,
cuando el libertador desde Angostura, prohibió nuevamente que circularan las
que habían sido acuñadas por orden del general Páez en Barinas, “porque les
faltaba la ley, el peso y la perfección del signo”. No obstante, corrieron en
el mercado, aunque solo en la región barinesa, donde se les llamo Del Yagual. En 1819, bolívar decreto el resello de las
monedas procedentes de Santa Fe de Bogotá y la gracia popular las llamo
“Chipichipis”. Las macuquinas retornaron alrededor del siglo XIX, con la
llegada del peso de plata colombiano, al cual se denominó peso macuquino. Después advino una época en la cual hubo
importación de monedas extranjeras, y en 1841 un decreto ordeno que cesara la
circulación de todas las denominaciones de ese controvertido signo monetario.
Páez el año siguiente, decreto sacar en remate público “las sumas de macuquinas
que hubiese en las capitales de provincia”.
En 1848 se estableció que el franco fuera la moneda nacional y se le asigno valor de 20 centavos
de cobre, equivalente a los dos reales que representaba la macuquina, que
desapareció de la nomenclatura monetaria nacional para dar paso a las
denominaciones de pesos fuertes y pesos sencillos que dieron surgimiento al fuerte, todavía en circulación y ahora
denominado “liviano”, de níquel, que aun vale cinco bolívares. Siete años más
tarde fue establecida en Caracas una Casa de Moneda para acuñar en oro, plata y
cobre y se decretó que el “venezolano” acuñado en plata y en oro, fuera la
unidad monetaria nacional y así fue hasta 1879, cuando el bolívar de plata
quedo instituido unidad monetaria venezolana y fueron relegadas las
tradicionales denominaciones de escudo,
doblón, doble doblón, peseta y real, que se habían originado en la época
colonial. Nuevamente, la gracia popular imagino nombres para el fuerte, moneda
con 935 gramos ley de plata - más contenido de ese valioso metal que su valor
nominal - que ahora no es solo más pequeño, sino que perdió el poderoso sonido
argentino que producía cuando se le hacía rebotar. A esa, que fue la moneda
venezolana de mayor diámetro, se le conoce igualmente con los nombres de
“laja”, “ojo de buey”, “careto”, “cara e’palo”, “duro”, “durazno”, “cachete”,
“morlaco”, “caron”, “tostón”, “machacante”, “petacon”, y en los juegos de bolas
criollas se oía gritar: ¡ voy un “cachicamo” a boche !.
Lochas,
mediecitos, centavos y otras fraccionarias.
Tan popular como el tradicional
peso macuquino fue la locha, fracción
monetaria sustentada por la difusión que tuvo esa octava parte del bolívar
durante muchos años, que conforman un largo tiempo concluido en nuestra época
cuando la pusieron fuera de circulación. De ella quedo como recuerdo la
referencia de que hubo un tiempo en el que una llamada telefónica costaba - sin
límite de duración - 12 y medio céntimos. Eso fue hace unos pocos años antes
del despelote especulativo de una privatización de la CANTV, que puso a ese
vital servicio nacional en manos de voraces empresarios foráneos, guapos y
apoyados. Hoy necesitaríamos un camión de lochas para hacer una llamada
telefónica de tres minutos.
Hay varias versiones acerca del origen y el
significado de locha: en Los nombres de
las monedas en Venezuela, Marco Antonio Martínez, conjugo algunas opiniones
dadas al respecto, desde Julio Calcaño,
quien señalo que proviene del termino ingles loach, Pedro Grases inclinado hacia su derivación de ochava, hasta una apreciación de
Martínez, quien sugirió que un acto de imaginación popular fue el posible
origen del nacimiento de esa palabra, “porque como las lochas llevaban grabado
un caballo en su cara reversa, como parte del escudo nacional, el pueblo lo
confundió con una venada locha, que es un tipo de ciervo”. Baso su opinión en
el hecho de que también la llamaran zagaletona,
y este es otro de los nombres que se daba a las venadas en regiones de
Lara, Portuguesa y en el centro del país”. Esa moneda también fue llamada cuartillo, porque representaba un
cuarto de real.
El medio real o mediecito,
aquel que encontró la cucarachita Martínez cuando barría, constituye la cuarta
parte del bolívar y vale dos lochas: es la mitad del real, o sea 25 céntimos.
En algunas zonas los denominaban “mariquitas” y todavía son usados para “arras”
en la ceremonia religiosa del matrimonio; antes, eran pegados a las tarjetas
del bautizo que repartían los padrinos de neófitos como “dijes” y se decía que
traían suerte. Tal práctica dio origen al grito de los muchachos que, a las
puertas de las iglesias, cuando había cristianamientos, pedían: ¡mi medio,
padrino...!. en varias regiones del país añadieron el de “periquita” a los
varios nombres dados a esa simpática monedita de plata.
La moneda fraccionaria de menor valor es el centavo,
acuñado en níquel, cobre o bronce y su nombre proviene del sistema monetario
americano. Es otra de las fraccionarias que está en vías de extinción y
actualmente se las encuentra tiradas en las calles porque, quienes las reciben
las botan junto con las lochas. No es aventurado pensar que dentro de poco
ocurra algo similar con reales, mediecitos y hasta con los bolívares. Esta
vigésima parte del bolívar tiene valor de 5 céntimos y ha recibido tantos
nombres como los dados al fuerte: la designación genérica que se da al dinero
en el estado Zulia - “cobritos” - deriva de los centavos acuñados en cobre,
también llamados “negros”, mientras que en la región guariqueña denominan
“charo” a esas monedas de cinco céntimos, por analogía de su color rojizo
oscuro, con el de una mata de ese nombre que crece en esa zona llanera.
Otras denominaciones - algunas ya en desuso - que la
gracia coloquial creo como cognomentos para el centavo son: “guachacon”, en la
región central, sugerido posiblemente por el color verdioscuro que adquirían
esas monedas; “guaso” y “guasimo” también se les aplicaba a final del siglo
pasado y comienzos del presente, mientras que en Lara y Yaracuy los llamaban
“pancheros”, igualmente debido a la similitud del color que tenían con el pez
de agua dulce “panche”. En Caracas, los muchachos que jugaban con centavos les
decían “puyas”, “pepas” y “chivas”.
Tal vez el centavo más famoso de Venezuela fue el
llamado “monaguero” - debido a que circulo durante el periodo presidencial de
José Gregorio Monagas en 1852 - porque estuvo asociado a hechos y
circunstancias de esa época. Se cuenta que esa moneda llego a Caracas, al igual
que un grupo de negros traídos por Monagas de oriente para que desempeñaran
algunos cargos remunerativos en la administración pública, y el humorismo
popular divulgo: “Monagas trajo los centavos negros y devolvió negros con
centavos...” Esas monedas pronto adquirieron fama porque el rumor colectivo les
atribuyo propiedades curativas si eran calentadas y puestas con unto de aceite
de comer en los poporos que producen los golpes. Ahora los golpes se contrarrestan
con otros remedios.
En diferentes regiones del país idearon nombres para
designar al centavo: “convención” o “zamorano”, “segundo”, “ochavo”,
“huérfana”, “querequere”, “siruyo”, “chipe”, “nica”, “chiripa”, y “churupo”...,
termino este que pluralizado, designa al dinero en general, “los corruptos
impunes tienen muchos churupos porque le robaron hasta la última puya a los
contribuyentes y ahora están fuera del país gozando de un ‘puyero’, mientras el
pueblo no tiene ni un medio en el bolsillo...”
Ya pasaron a la historia dos monedas que fueron de
profusa circulación y representaron signo de gran riqueza para quienes las
tenían: el “pachano” y la “bamba”. La primera, de oro, fue acuñada en 1886 por
la casa de la moneda que inauguro ese año el presidente Guzmán Blanco, de la
cual fue director el general Jacinto Regino Pachano, quien puso en manos del
ilustre mandatario el primer ejemplar estampado cuyo valor era de cien
bolívares. Guzmán agradeció con un “!Que bueno Pachano...!, y ello origino el nombre
que desde aquel momento se dio a esa nueva moneda. Las piezas de oro
procedentes del exterior - fundamentalmente las estadounidenses - fueron
denominadas morocotas, quizá por asociación con un pez llanero
mentado morocoto. La bamba, acuñada
en plata, valía cinco reales y fue sustituida por la peseta de dos bolívares;
igual nombre se daba a una moneda equivalente a un peso en otros países y
bamba, es también, un baile cubano. Al dinero que fue acuñado en época de Pablo
Morillo le decían “Morillero”.
El perfil de Bolívar que identifica nuestra moneda,
fue obra del pintor venezolano Carmelo Fernández, quien lo conoció. Desire
Albert Barre hizo el troquelado y tuvo la idea de acuñar el rostro del héroe
mirando hacia la izquierda, en las monedas de plata y con vista hacia la
derecha, en las de oro; su apellido aparece bajo el cuello del Libertador a
manera de ‘marca de fábrica’. El gracejo popular denomina “bolos” y “simones” a
los bolívares, también llamados en confianza y, actualmente con propiedad de
crisis, “bolivaritos”.
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